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Historia de un sueño (II)

Publicado en por Claud

9/02/2013

Abrí los ojos y me encontré en la sala de espera de un hospital, en frente de mi se encontraba mi padre, con una bata blanca y sus gafas de siempre. Allí estábamos rodeados de adultos más o menos de su edad, todos se reían por los chistes y gracias que contaban y que yo no lograba comprender y mucho menos reírme con ellas. Me levanté para entrar en una de las salas que era el dormitorio de mi padre y me puse a mirar por la ventana. Estaba lloviendo y posé mi mano sobre el cristal, notando como se creaba vapor con el contacto del calor de mi piel con el frío del ventanal.

Cerré los ojos y los volví a abrir. Me encontraba en una iglesia de madera y con detalles dorados. La verdad era una gran obra de arte pero no fue lo que me impresionó. Estaba vestida con un traje de empresaria junto a mis dos amigos Javier y Miguel los cuales estaban atendiendo a las oraciones del párroco.

Yo, como siempre, estaba en mi mundo, pensando cualquier cosa y sobre todo confusa por haber cambiado tan rápido de escenario y de compañía, aunque la verdad aquello no me preocupaba, si en algo creía yo era en la esperanza de volver a ver a alguien del que ansías la compañía. Me di la vuelta y me encontré a cuatro jóvenes con cara de pocos amigos y con ropajes urbanos y oscuros. Me acerqué a ellos y osé preguntarles qué hacían allí, no tenían cara de tener ganas de estar allí.

-Estamos aquí para arrancar los errores de un solo cuajo de esta religión que no tiene ni pies ni cabeza.-Me dijo uno de los jóvenes, el cual parecía el líder del grupo. Otro me miró directamente a los ojos con los suyos muy abiertos y un tercero me preguntó por el interés que yo tenía en ellos, era extraño para él ya que nunca nos había visto por allí y normalmente los habitantes de aquella pequeña ciudad les conocían al verles con sus vestimentas tan inusuales en aquel lugar.

Les contesté que era una creadora de una nueva religión más cuerda y sin nadie que tuviese todo el poder, simplemente era una organización de cómo ver la vida. Sí, mentí, no sé ni siquiera el porqué, pero lo hice.

Ellos cada vez se interesaron más por la idea y fuimos haciéndonos más amigos cada vez, hasta que un día, sin saber por qué un amigo del cual no recuerdo el nombre me dijo que esos jóvenes no eran una buena compañía, que me corromperían y que yo no podría hacer nada por remediarlo. Sin hacerle caso me fui de su lado y él, con una mueca de tristeza, me dejó marchar alzando un poco la mano.

Acto seguido los jóvenes con los que me había llevado tanto tiempo me miraban de una manera extraña. Simplemente sus miradas parecían cuchillos clavándose en mí. Me habían descubierto, aquella idea que había forjado por mí misma en un par de segundos solo para estrechar una relación con ellos era falsa, aunque ahora sentía más que amistad por uno de ellos. Les expliqué todo y no me quisieron hacer caso.

Así que me reuní sola con el joven al que yo le tenía un cariño especial y hablé con él. Aclarándolo todo le dije que me perdonase y comenzó a llorar. Mis ojos se tornaron vidriosos pero aguanté para ser fuerte por los dos. Aunque no lloraba por lo que yo pensaba que lo hacía.

Me dijo que un compañero, el cual iba en silla de ruedas, había desarrollado esa discapacidad por un tratamiento que le habían aplicado sin su consentimiento. Después de dos años con aquella práctica ‘‘médica’’ dentro de una semana sería la última sesión. Pero no era motivo de felicidad. Esta última sesión podría causar la muerte de aquel gran amigo.

Yo no me quedé callada, me levanté de un salto y flexioné mi brazo como señal de fuerza y confianza:- Bueno, pues habrá que hacer algo, ¿no?- Volví a sonreír y ayudé a que se levantara. Nos abrazamos y me dijo que me quería, yo sonreí pero me quedé en silencio.

Durante toda aquella semana habíamos trazado un plan para poder sacar a nuestro amigo de aquella prueba mortífera lo conseguimos. Habíamos cambiado su fotografía y algunos datos de la ficha para cambiarlo por un compañero nuestro que, al no tener ninguno de los tratamientos aplicados no tenía ningún peligro.

Salimos con éxito de aquel lugar y entre risas y gritos de alegría todos chocamos nuestras manos y él y yo nos abrazamos. Entre lágrimas dije:- No quiero cerrar los ojos, no quiero irme… No quiero que todo esto acabe. Aquí estoy demasiado feliz y no quiero perderte… - Él me miró y me cogió de las mejillas mirando mis ojos totalmente brillantes por las lágrimas y sonrió:

-Acuérdate cada vez que veas algún ápice de electricidad de mi. Ten.-Me entregó una gema de color rojizo.- Esto te ayudará a hacer algo importante por alguien y cuando sea el momento adecuado lo sabrás como utilizarlo.

Respiré hondo y nos abrazamos fuertemente. Me dijo que cuando contara tres quería no verme allí, que cerrara los ojos al escuchar el tercer número. Uno… Dos… Tre- Te quiero- Dije antes de que terminase ese número y con un llanto casi imperceptible desaparecí de sus brazos y abrí los ojos. Me encontraba en mi aldea y salté por la ventana del bajo volviendo a cerrar los ojos y apareciendo de nuevo en el hospital.

Allí encontré a mi padre agonizando en la camilla y fui a junto de él, casi ni podía respirar y yo no podía hacer nada para evitarlo. Me eché encima de él apoyando mis manos entrecruzadas y escondiendo mi cara de sufrimiento entre las sábanas. La gema empezó a brillar en mi mano y se empezó a desvanecer en forma de electricidad, la cual entró en el cuerpo de mi padre salvándole.

Caí de rodillas al suelo y no pude parar de llorar cada vez más mirando el suelo y casi sin poder respirar al borde de la ansiedad. Entonces me di cuenta, era un circuito cerrado, podría volver a aquellos tres mundos, si volvía a cerrar los ojos podría volver a la iglesia y vivir allí.

Susurré palabras de ánimo y esperanza y cerrando los ojos con fuerza esperé hasta contar hasta tres y abrí los ojos. Estaba en mi cama, abrazando la almohada fuertemente y con la respiración agitada. No sabía cómo había podido ocurrir todo aquello en mi mente ni como volver para vivir una nueva vida. Solo seguir con la mía.

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